CRÓNICAS PAMPINAS (Ampliadas y Revisitadas) – EVOCANDO SIGNOS EN EL TIEMPO PERDIDO, de Rubén Gómez Quezada – Antofagasta – Chile – A modo de Presentación de la 2ª Edición. SEGUNDA PARTE. De: Trenes para la Integración- Página 94
Son casi tres décadas las que median entre la 1ª y la 2ª edición de las Crónicas pampinas del periodista y escritor Rubén Gómez Quezada.
Mucho ha pasado desde entonces, mucho permanece. Algunas crónicas parecieran lejanas por su puntual referencia temporal, pero precisamente por ello es tan valiosa su capacidad de evocación.
Otras, la mayoría, son atemporales en sí mismas; e incluso algunas nos llegan con ecos de asombrosa actualidad. (Basta decir que la decisión, elección e integración de las crónicas más recientes, las realiza el autor precisamente en el ámbito pandémico que desde hace meses es parte de nuestra rutina vital.)
Ericka Castellanos Moreno. Antofagasta.
Durante la década del 70, el tráfico de pasajeros por tren entre Antofagasta y Salta era bastante considerable. Hicimos el trayecto varias veces y nos quedó una sensación grata, pese a lo duro e incómodo que resultaba a veces, soportar el viaje desde el Pacífico hasta el verde exuberante del valle trasandino de la tierra de Güemes. Si las condiciones climáticas eran óptimas, en día y medio se llegaba a destino. En caso contrario, si la lluvia era torrencial, allende los Andes, un alud, cosa muy corriente, podía depararnos horas, días e incluso semanas en la Puna, al otro lado, en San Antonio de los Cobres. Así y todo, el viaje era fantástico. Era la aventura y un banquete para las sensaciones fuertes, el vértigo de la belleza cordillerana, el “soroche” y la constatación de la mano del hombre y su ciencia al servicio de la tecnología ferroviaria entre montañas, valles, quebradas y ríos turbulentos. Los coches en el tramo chileno eran pequeños, con escaños de madera, para los pasajes más baratos. Otros viajaban en coche dormitorio y se restauraban en los compartimientos comedores. Y como en todo tren que se respete, éstos circulaban una vez por semana repletos. Muchos quedaban en el andén de la estación antofagastina de calle Valdivia sin lograr subir a los carros. Y así era también al regreso, cuando otros cientos pugnaban por venir a conocer el mar de nuestro norte. Entre los viajeros permanentes recuerdo a turistas europeos, embelesados por la belleza del viaje, por la altura, por los cóndores, las llamas y los guanacos que corrían o volaban persiguiendo al tren. Todo esto duró hasta 1978 aproximadamente. En época del desencuentro del Beagle y las crisis económicas en ambos lados, de la noche a la mañana se terminó el tren a Socompa. El tren de las nubes, el salteño, también se acabó para los pasajeros.
En estos tiempos en que la palabra integración anda de boca en boca, sería interesante que se hablara de reanudar el servicio de pasajeros hasta Salta. Se arguye que no es rentable. Es quizás cierto en la medida que hay crisis en Argentina. Pero si se analiza con óptica de futuro, hay cientos de miles de pasajeros potenciales que quieren hacer el viaje. Son los chilenos-argentinos, los peruanos y bolivianos, los principales usuarios y están los turistas extranjeros que vienen todos los días del año y que no trepidarán en su búsqueda de bellezas naturales inexistentes en Europa, para internarse al corazón de los Andes. Están también los viajeros brasileños, paraguayos, y muchos otros que tienen en mente unir el Pacífico con el Atlántico.
Es una perspectiva para tener en cuenta, que no puede ser obviada en los momentos en que se afinan mecanismos de integración y complementación entre nuestros pueblos. Afortunadamente, existe aún el tren internacional a Oruro. Partiendo desde Calama, en menos de 20 horas está en su destino boliviano. Lo sirve el Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, y en verano alcanza su ocupación máxima de pasajeros incluyendo al turismo europeo. El tramo de Baquedano a Socompa ya no existe y tampoco existe el servicio de aviones. El servicio ferroviario de pasajeros duerme en el andén a la espera de tiempos mejores que hay que impulsar a todo precio. Habría que modernizar las vías y los vagones para dar mayor comodidad a los pasajeros. Son condiciones indispensables para recuperar a los viajeros. Todos deberíamos subirnos al tren en este desafío de la integración de cara al siglo XXI.